De estética y revoluciones
por Pablo Santiago Chin
Mucho antes de los acalorados debates en redes sociales, las pugnas sobre las ideas que mueven los hilos de la historia se gestaban desde la imprenta. En la música, dos pugilatos sobre estética musical quedaron inmortalizados en sendas publicaciones escritas. Cada caso enfrentó a dos compositores, uno abogando por un modelo de estilo continuista, mientras el otro urgía su replanteamiento. Alrededor del año 1600 Claudio Monteverdi respondía a los ataques lanzados por Giovanni Maria Artusi. Más de tres siglos después, Helmut Lachenmann arremete contra Hans Werner Henze, los dos compositores alemanes.
Artusi y la vieja guardia
Artusi fue un notable teórico pero modesto compositor, radicado en Bologna, una ciudad discreta en el mundo musical del Renacimiento, dominado por la brillantez y entusiasmo de Florencia, Roma y Venecia. De hecho Artusi estudió en esta última ciudad con Gioseffo Zarlino, cuya obra teórica fue la más influyente desde el Renacimiento tardío hasta casi fines del Barocco, cuando los escritos del francés Jean-Philippe Rameau revolucionaron las ideas ya anticuadas de Zarlino sobre cómo funcionan los engranajes de la música.
Sin duda Zarlino consolida con excepcional lucidez las normas practicadas por sus contemporáneos, Adrián Willaert, Gabrielli, Palestrina y otros. Estos compositores alcanzaron una madurez admirable que acumula y refina los logros de sus antecesores desde el siglo XIII, cuando inicia la era de la polifonía (piénsese en el paralelismo entre la polifonía y la invención de la perspectiva en pintura, perfeccionado no coincidentemente en las ciudades italianas arriba mencionadas).
No sorprende entonces que el intrigante Artusi se aferre a la tradición que tantos siglos tardó en alcanzar su cúspide: la que su mentor Zarlino representa. Intrigante porque desdeña una revolución en marcha que 150 años después da sentido al trabajo de Rameau, y que comienza alrededor del cambio de siglo, en 1600, con el joven compositor de Cremona, Claudio Monteverdi como su más reconocido abanderado.
Monteverdi y La Seconda Prattica
A Monteverdi se le asocia con los orígenes del período Barocco en la música, como si fuera su progenitor, aunque otros también fueron ávidos pioneros de la transición. Dos motivos revisten a Monteverdi de tal proeza. Primero, tres óperas completas sobreviven de las 18 que compuso, y hasta la fecha todavía se ponen en escena con regularidad. Quizás su más conocida es L’Orfeo sobre el mito griego del que se han inspirado tantos compositores, desde Gluck (1762) hasta el costarricense Alejandro Cardona (2008). Segundo, en el quinto de sus 9 libros de madrigales éste hace público el término de la Seconda Prattica, con el cual identifica las diferencias estéticas y técnicas entre su generación y la de Palestrina: la que Artusi no quiere ver caducar.
En el ocaso del siglo de Artusi el joven Monteverdi y compañía revierten el convencional paradigma según el cual las normas de composición imperan sobre la expresión del discurso. Así, Artusi enfurece con las abruptas disonancias e irregularidad del contrapunto en los madrigales de Monteverdi. La nueva consigna es primar y representar musicalmente el contenido expresivo del texto, desde sus arrebatos emocionales hasta sus evocaciones escénicas.
El fin último de esta práctica es el drama, y de allí que sean estos jóvenes atrevidos los que compongan las primeras óperas de la historia, con sus melódicas arias y el innovador recitativo en el cual una simbiosis de canto y voz hablada es embellecida por acordes instrumentales esporádicos.
La controversia
En 1598 Margarita de Austria se casa con Felipe III de España en Ferrara, al norte de Italia. De su poderoso imperio se decía que nunca se ocultaba el sol. Su visita coincidió con la presentación de madrigales de Monteverdi auspiciada por un aficionado local. Distinguido entre el público estaba Artusi. Resulta inevitable imaginárselo cual Camille Saint-Saëns en 1913 abandonando violentamente el Théâtre des Champs-Élysées, aturdido a medio estrenarse La consagración de la primavera de Stravinsky; o cual Salieri en el Amadeus de Miloš Forman, inmortalizado como personaje semi-ficticio, conspirativo y agriado por los dotes superlativos de Mozart en la célebre película.
Ficción aparte, Artusi publica dos desdeñosos escritos contra la música rebelde de Monteverdi: L’Artusi, o De las imperfecciones de la música moderna (1600), seguida de Seconda parte dell’Artusi (1603). El segundo responde a cartas de un autor anónimo que defendió a Monteverdi después del primer escrito. Se hacía llamar ‘L’Ottuso accademico.’ Contra el segundo escrito el mismo Monteverdi se defiende con un epílogo a su quinto libro de madrigales. Los dimes y diretes resultaron en un manifesto que daba por sentado el comienzo de una nueva era en la historia de la música occidental.
Lachenmann vs. Henze
Poco de ficción se puede derivar de los encontronazos verbales entre los compositores alemanes Helmut Lachenmann y Hans Werner Henze, pues el primer embate queda grabado por la Radio del Sur Alemana en 1982. En un acto público en Stuttgart Lachenmann confronta a Henze por modelar su música sobre un estilo añejo, que recuerda al lirismo del período Romántico, impregnado de armonías post-Tristanescas y manierismo del Bel Canto. Henze argumenta que un compositor tiene derecho a ser feliz y transmitir en su música una forma de escapar de las calamidades del mundo. La diatriba es seguida de una rencorosa crónica del debate por parte de Henze en un libro suyo, y una carta pública de Lachenmann al año siguiente defendiéndose de las acusaciones que últimamente lo calificaron de maleducado. ¿No se parece esto al conflicto Artusi vs. Monteverdi?
A diferencia de Artusi, Henze no censura a quien no sigue cánones estéticos. El siglo XX es un prisma en el que se refracta el conocimiento histórico acumulado y deriva en una multiplicidad de perspectivas, y Henze así lo entiende. De entre los espectros que arroja el prisma Henze escoge una onda simplista: buscar la complicidad y empatía del público apelando a la comodidad de un lenguaje musical vetusto tal cual existió.
En cambio para Lachenmann, 10 años más joven que Henze, la felicidad, y más concretamente la belleza en la música se refleja en el rechazo expreso de lo convencional. A esto agrega que sus detractores confunden ‘convención’ con ‘placer’, lo que desenmascara a la pequeña burguesía. Curiosamente para los dos compositores dicha burguesía sería una de las calamidades del mundo a la que Henze quiere escapar, y Lachenmann propone confrontar.
Los siglos XVII y XX
Las controversias entre Artusi vs. Monteverdi, y Lachenmann vs. Henze reflejan la convulsión de dos épocas revulsivas. La vorágine de los siglos XVII y XX son análogas. La revolución científica y la revolución digital; Shakespeare y James Joyce; Cervantes y Borges; la revolución inglesa que decapita al rey Carlos I y la bolchevique que fusila al último zar; La era de Newton es la de la guerra de los 30 años que destroza Europa, como lo hicieron las dos guerras mundiales en el siglo de Einstein. La una por religión, y las otras por ideología.
El origen de la ópera, hecho que marca la transición al Barroco en la música, y que lidera Monteverdi, es también una transición del texto sacro al vernáculo en la experiencia musical. Así mismo, el conflicto entre Lachenmann y Henze deja entrever la brecha entre la burguesía conformista y la subversión marxista; la sinfonía y el piano vuelto güiro; la tríada y el chirrido.
Es tal el parecido entre las dos épocas y significativos los personajes de las rencillas aquí contadas, que el recién fallecido músico Pierre Boulez vio en la vanguardia de la que Lachenmann se nutre la revolución más radical desde Monteverdi: “De repente, todas nuestras nociones familiares fueron abolidas. La música dio un salto del mundo de Newton al mundo de Einstein” dijo el influyente francés al diario Opera News.